De vivir en una casa con jardín a dormir en una caravana con seis personas por la erupción de La Palma

De vivir en una casa con jardín a dormir en una caravana con seis personas por la erupción de La Palma

El día que el volcán de La Palma entró en erupción, Dácil y sus hijos de 2 y 7 años estaban en la piscina. Junto a otros familiares, almorzaban con tranquilidad en su casa de Las Manchas, un barrio que ahora está escondido bajo la ceniza. De pronto, un fuerte estruendo los sobresaltó. »Eso habrá sido un helicóptero», dijeron algunos. Pero cuando se asomaron a la ventana, vieron cómo la tierra comenzaba a escupir lava a unos cinco kilómetros de su hogar. »Los niños estaban en bañador, sin zapatos, ni ropa, pero los metí en el coche y nos fuimos de allí». Desde entonces, la palmera convive en una caravana con su pareja, sus dos hijos, su suegra, su cuñada, dos perros y un pájaro.

Dácil y su familia habían reservado la tarde del domingo 19 de septiembre para preparar más ropa y comida por si tenían que ser evacuados, pero el volcán no les dio más tiempo. La caravana en la que ahora viven estaba estacionada aún más cerca de la erupción, por lo que corrieron a toda prisa para engancharla a su vehículo y escapar hacia Los Llanos de Aridane. »Si nos quedamos sin caravana y sin poder entrar en casa, no tenemos otro lugar al que ir», cuenta.

Desde hace 20 días, pasa las mañanas y las tardes junto a su caravana, jugando con sus hijos y sus animales. Tampoco deja de limpiar la ceniza que se acumula en la calle o en la mesa en la que desayunan, almuerzan y cenan gracias a la comida que les dona el Ayuntamiento. También se han acostumbrado a convivir con el sonido del volcán, que de vez en cuando les ofrece un respiro. »Cuando frena nos preguntamos si habrá parado ya, pero luego vuelve con más fuerza», apunta la suegra de Dácil.

Los niños »se lo han tomado bien». »Saben que hasta que el volcán no se apague vamos a tener que estar aquí», asegura su madre, que tiene ganas de que pronto puedan volver al colegio. »Están tensos porque pasan los días en una caravana sin hacer otra cosa. En casa tenía un jardín, un parque, un huerto… Aquí es como si estuvieran viviendo en la calle».

El Ayuntamiento les ha donado mochilas, estuches y material escolar, que se suma a lo que han podido rescatar de su vivienda en las visitas de 15 minutos para recoger enseres que organizan las autoridades. Según la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, el 13 de octubre se reanudará la actividad lectiva en los municipios afectados por la erupción de La Palma. Son 20 los centros de El Paso, Tazacorte y Los Llanos de Aridane que tuvieron que suspender las clases a partir de la erupción.

Para Dácil no ha sido tan fácil asumir la nueva realidad. »Me pasé los primeros tres días llorando y diciendo que me quería ir a casa. Es muy complicado porque sabes que tu casa está muy cerca del volcán y no sabes cuándo vas a poder volver. Yo tengo toda mi vida allí. Si se nos lleva la casa, ¿a dónde vamos? Yo puedo vivir aquí unos meses, pero no puedo estar en una caravana de por vida».

Algunos amigos y vecinos han intentado consolarla diciéndole que es joven para empezar de nuevo. »¿Pero cuánto te cuesta empezar de nuevo con dos niños?», pregunta. Su pareja, que se dedica a la construcción, está de baja, y ella está desempleada. La vivienda a la que esperan volver la construyeron juntos hace cinco años gracias a un terreno que les cedió un familiar.

Mientras sostiene a su hija pequeña en brazos, Dácil no deja de agradecer la solidaridad de las administraciones y de los vecinos. Cada vez que necesita algo, se desplaza hasta el pabellón Camilo León. Allí le facilitan ropa para los niños, comida, e incluso unos bonos para comprar electrodomésticos. »Gracias a esos cheques pude comprar una batidora para los purés de mi hija y una plancha para que puedan ir bien vestidos cuando empiece el colegio», confiesa resignada.

El Ayuntamiento de Los Llanos le ha facilitado luz, agua, un toldo para cubrir a sus hijos y una valla que bordea la caravana para proteger a los niños y a los animales de los coches que pasan por la carretera. Dácil ya no necesita nada más, solo poder volver a casa. Mientras tanto, pasa el tiempo reorganizando el espacio en la caravana. »Es grande, pero somos seis personas. Por mucho hueco que tengas, la ropa de la caridad que me han dado no cabe».

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