El ‘arquitecto’ de Macron te explica cómo la geopolítica ha conquistado la economía

Jean Pisani-Ferry (1951) es uno de los analistas más respetados de Europa. Ingeniero y economista, es el exdirector de Bruegel, el segundo ‘think tank’ más importante del mundo (según el índice Global Go To Think Tank); fue líder de France Stratégie, el laboratorio de ideas del Gobierno galo, y es considerado el ‘arquitecto’ del proyecto económico del presidente francés, Emmanuel Macron, con quien colaboró durante su campaña política como jefe de programa. Actualmente, es profesor del Instituto Universitario Europeo, entre otros importantes centros de enseñanza del continente.

Colaborador habitual de Project Syndicate, Pisani-Ferry publicó recientemente una columna de gran repercusión titulada «La conquista geopolítica de la economía». En ella, argumenta que el sistema económico mundial establecido tras el final de la Segunda Guerra Mundial está sufriendo una profunda transformación a raíz del crecimiento de China y su rivalidad con Estados Unidos. La frase con la que comienza el texto es clara al respecto: «Desde el asunto Huawei hasta la disputa del Aukus y más allá, una nueva realidad está sacudiendo la economía global: la toma de control, generalmente hostil, de la economía internacional por parte de la geopolítica«. En entrevista con El Confidencial, el analista francés detalla a fondo esta transformación y ofrece un análisis sobre la particular posición de la que parte la Unión Europea —incómoda, pero con un gran potencial— en un mundo marcado por la competencia entre grandes poderes.

Argemino Barro. Nueva York

PREGUNTA. Usted ha manifestado que, durante siete décadas, las relaciones económicas internacionales se vieron moldeadas casi exclusivamente por sus propias reglas. ¿Cómo logró la economía reinar durante tanto tiempo?

RESPUESTA. Lo que vimos después de la Segunda Guerra Mundial fue que la integración económica empezó a ser considerada esencial para preservar la paz y para el empoderamiento de Occidente de cara a su confrontación con el bloque soviético. Los estrategas que concibieron la arquitectura del sistema de posguerra veían las medidas tomadas tras la Primera Guerra Mundial como un fracaso absoluto y consideraban que factores como la rivalidad económica o el proteccionismo de la Gran Depresión fueron clave a la hora de agravar las tensiones internacionales. Consideraban que eran necesarias herramientas que crearan prosperidad y, a la vez, fortalecieran la alianza occidental, algo que un informe del Consejo de Seguridad Nacional de 1950 definió como un «entorno mundial en el que el sistema estadounidense puede sobrevivir y florecer». No se buscaba que Estados Unidos tuviera una ventaja económica estructural, sino establecer un tablero en el que pudiera demostrar que su sistema era superior, provocando así que otros países lo adoptaran. Fue todo un éxito.

Desde luego, fue un proyecto en el que las consideraciones geopolíticas nunca estuvieron ausentes, con la Guerra Fría como telón de fondo. Pero también significó que Estados Unidos no tenía un interés prioritario en utilizar las relaciones económicas como arma. Todo lo contrario. Su objetivo era crear prosperidad y que esto fuera lo que, eventualmente, le otorgara una victoria geopolítica. Y eso fue exactamente lo que pasó. El colapso de la Unión Soviética no fue una victoria militar estadounidense, sino una esencialmente económica.

P. La narrativa predominante es que la ‘Guerra de las Galaxias’ de Ronald Reagan, una iniciativa militar, fue la que dio la puntilla a la URSS.

R. Cuando Reagan lanzó la Organización de la Iniciativa de Defensa Estratégica [denominada en su momento como ‘Guerra de las Galaxias’], lo hizo apoyándose en la fuerza económica de Estados Unidos. Fue una iniciativa que requería de considerables recursos adicionales y del lado soviético la economía estaba en estancamiento, por lo que conseguir esos recursos necesarios para competir con su rival resultaba extremadamente difícil. Esto fue lo que forzó a Mijaíl Gorvachov a lanzar sus reformas económicas. Esto puede verse claramente en los escritos de Abel Aganbegián, jefe de asesores económicos del líder soviético, quien indicaba en la época que “nuestro sistema económico no es eficiente, así que tenemos que reformarlo”. De ahí surgió la Perestroika, y todos sabemos lo que pasó después.

El aparato exterior de Estados Unidos se ha dado cuenta de que el país necesita jugar de forma distinta a la de antes

P. ¿Y por qué considera que la geopolítica ha vuelto a imponerse a la economía?R. Aunque había una serie de normas que Estados Unidos nunca llegó a cumplir del todo (siempre tenía un estatus especial), en general no utilizó su poder económico principalmente para extraer beneficios del resto del mundo. Le bastaba con que el sistema imperante basado en las normas continuara su curso. Ese es el mundo en el que vivíamos a lo largo de la Guerra Fría. Más adelante, durante la fase de globalización, la visión general fue continuista. Se pensaba que China jugaría con las mismas normas que todos. Que atraída por las fuerzas globalizadoras, crearía prosperidad y, con ello, haría una transformación política hacia el sistema occidental.

Lo que pasó es que el personal de política exterior estadounidense empezó a darse cuenta de que esto no estaba funcionando. Que el sistema económico no lograría, por sí mismo, conversiones geopolíticas. Por un lado, China está sorteando las reglas del juego económico mientras se beneficia de él; por el otro, está esquivando cualquier transformación política. Este aparato exterior, tanto en la Administración de Donald Trump como en la de Joe Biden, concluyó que aquello que durante tanto tiempo había funcionado ya no sirve, que Estados Unidos necesita jugar de forma distinta a la de antes.

Josep Borrell

P. Esta integración económica forma parte del ADN de la Unión Europea. Ursula von der Leyen ha prometido liderar una “Comisión Europea geopolítica”, pero ¿puede Bruselas sortear las aguas de este nuevo sistema?

R. Es un cambio de cultura política. La UE fue una parte integral de este proyecto sistémico liderado por Estados Unidos y fue creada en gran medida gracias a él. Por ello, desarrolló una visión del mundo basada en las normas muy alejada de los planteamientos realistas y geopolíticos. El mandato de la ley es la fundación de la UE: existen reglas y deben ser obedecidas. Por ello, Bruselas estaba en perfecta sintonía con el orden internacional imperante basado en las normas, uno al que contribuyó y en el que contaba con un considerable liderazgo.

Pero hoy en día existe un entendimiento de que el mundo ya no va en esa dirección, de que está siendo transformado por un nuevo concepto estadounidense de las relaciones internacionales que está mucho más cerca de uno propio del siglo XIX. El realismo ha vuelto y está forzando a la Unión Europea a adaptarse, y creo que Ursula von der Leyen, Charles Michel o Josep Borrell lo comprenden bien. Pero una cosa es el reconocimiento intelectual de un fenómeno y otra muy diferente es adaptarse a él, especialmente con culturas de política exterior tan diferentes entre los países miembros. Es una tarea muy complicada, una que creo que sí se está llevando a cabo, aunque de forma relativamente lenta comparada con la rapidez con que el mundo ha cambiado.

P. La reciente crisis energética que atraviesa Europa ha avivado el discurso geopolítico, con múltiples señalamientos hacia Rusia y críticas por la dependencia que gran parte de la UE tiene de su gas.

R. Las relaciones con Rusia suponen un buen ejemplo de las diferentes perspectivas que conviven dentro de la UE. Las diferencias al respecto entre países como Polonia o Estonia y Alemania o Italia son enormes, no tienen nada que ver la una con la otra. El proceso de formar una visión geopolítica común con respecto a Rusia es y será todo un desafío.

Biden, básicamente, ha aceptado la visión de Trump sobre el comercio, y ese es su legado

P. La guerra comercial con China llegó con Donald Trump para quedarse. ¿Es este su mayor legado internacional?

R. El cambio de mentalidad se produjo en gran medida durante el mandato de Barack Obama. Los miembros de su Administración, durante su etapa final, ya se mostraban escépticos respecto al potencial de la integración económica y criticaban a la Organización Mundial del Trabajo (OMT) y a China.

Lo que Trump hizo fue cambiar la estrategia. La estrategia de la Administración Obama contra China fue establecer vínculos económicos para intentar mejorar la posición relativa de Estados Unidos, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP). Fue una forma de decirle a Pekín, “hemos formado estas megaalianzas en las que no estás incluido, y si quieres estarlo debes cambiar”. Trump abandonó ese tratado y esa estrategia comercial, y la actual Administración Biden no hace nada al respecto, porque no cuenta con estrategia alguna. Ese tipo de tratados son muy polémicos domésticamente, especialmente entre la clase trabajadora. Biden, por lo tanto, básicamente ha aceptado la visión de Trump, y ese es su legado.

P. La política doméstica estadounidense parece limitar cada vez más su acción exterior. ¿Cuánto pesa la opinión pública para la Administración Biden?

R. Creo que la Administración Biden está realmente obsesionada con el imperativo político de recuperar la clase trabajadora. Busca revertir a toda costa la transformación de la base de apoyo del Partido Demócrata y la huida de lo que considera su electorado hacia el Partido Republicano. En este sentido, la agenda política doméstica es dominante y la política comercial no pesa lo suficiente.

Es difícil que su estrategia funcione. Porque si uno lee todo lo que Biden ha propuesto, como la baja parental, la baja laboral, la educación gratuita u otras medidas que favorecen el estado de bienestar, se trata de una agenda muy europea. Aquí tenemos todo eso y más, ¿y acaso eso ha servido para calmar el giro de la clase trabajadora hacia la derecha? No. La sensación de insatisfacción es muy parecida aquí a la que se produce en Estados Unidos.

Frédéric Grare*

P. En un ensayo reciente, usted evoca el concepto de “asimetrías en la economía global” y defiende su importancia para explicar las crecientes tensiones geopolíticas. ¿Qué son estas asimetrías y cuál es su peso?

R. En los años noventa, el ascenso de varios países asiáticos y una reducción relativa de la desigualdad de ingresos entre naciones hicieron que predominara la sensación de que el campo de juego internacional había sido nivelado. Esta perspectiva puede resumirse en la frase que da título al libro de Thomas Friedman: “La tierra es plana”, es decir, todo el mundo tiene el mismo acceso a la tecnología y, por lo tanto, todas las diferencias entre naciones se reducirán eventualmente. Era una visión que estaba muy extendida durante la época marcada por la globalización.

Pero esta visión ignoraba las asimetrías estructurales del sistema. Las cadenas globales de valor, las redes financieras, el sistema de divisas… Todos ellos cuentan con centros neurálgicos. No vivimos en una tierra plana, sino en una tierra con importantes picos y asimetrías. El control de los nodos de estas redes puede llevar a lo que Henry Farrell y Abraham L. Newman han denominado “el arma de la interdependencia”: el hecho de que la interdependencia entre países crea posiciones de poder y que estas pueden ser utilizadas para lograr objetivos geopolíticos. Un ejemplo de ello es la imposición de sanciones estadounidenses contra Irán durante la Administración Trump. A pesar de que la Unión Europea seguía siendo parte del acuerdo nuclear, compañías europeas que estaban comerciando con la república islámica dejaron de hacerlo inmediatamente después de que las sanciones de EEUU fueron anunciadas, porque dependían demasiado del mercado estadounidense.

P. En este mundo asimétrico, ¿parte la UE con cierta ventaja o debe comenzar desde cero?

R. La UE ciertamente no parte de cero, tiene mucha fuerza. Durante décadas, ha sido capaz de imponer sus preferencias y estándares en el mundo. Ante todo, es muy poderosa por el tamaño de su mercado, el mayor del mundo. Ningún productor del planeta que se precie puede permitirse ignorar el mercado europeo. Bruselas ha demostrado esta fuerza, por ejemplo, en las políticas de competencia. Resulta extraordinario que la UE haya conseguido bloquear la fusión de compañías estadounidenses o la imposición de considerables multas en su contra.

El ‘Wall Street Journal‘ describió hace unos años la UE (y no de forma positiva) como “el regulador del mundo”. La UE, por lo tanto, no carece de dientes. Somos muy débiles en algunos aspectos, pero muy fuertes en otros. El problema está tanto en la falta de cerebro como en la de músculo.

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