El puente de la muerte

El puente de la muerte

Salimos de un nuevo puente de los que nos acostumbra España. Al mismo paisaje que una vez tras otra parece un volver a empezar. Este es el túnel de la muerte. Para reírse de ella y conjurarla con el importado y ya casi universal Halloween. O visitar los cementerios, una práctica que decae. O, cada vez menos aún, aferrarse a las ánimas del Purgatorio con el Don Juan Tenorio redimido por la bondad de la novicia Doña Inés. España es un país muy suyo: vincular el Día de Difuntos con el gran machista patrio y tópicos varios tiene su recorrido de vueltas.  

Los disfraces del terror festivo ganan por goleada, como es lógico, al conquistador sin escrúpulos transmutado en compungido místico, pero de alguna forma su espíritu permanece. El PSOE de Castilla La Mancha eligió tan señalado día para crear una Secretaría de Tradiciones que fomente la tauromaquia y, otra, la caza. La muerte como diversión.

Como «unos turistas más» –que suele decirse-, los jefes de Estado o de gobierno del G20, reunidos en Roma para hacer contactos y llegar a parcos acuerdos como es habitual, tiraron monedas a la Fontana de Trevi. Todo hombres excepto dos mujeres, y una de ellas –Angela Merkel- se va para ser sustituida por otro varón. Mientras Pablo Casado iba o volvía o pensaba hacerlo a Bruselas, a donde le gusta ir para obstaculizar al gobierno español. Fondos europeos, poder judicial o reforma laboral ocupan sus obsesiones. Hasta ahora no ha conseguido nada. Al verlo llegar se dicen: ya está aquí otra vez el acusica de la clase, según se puede deducir. 

Isabel Díaz Ayuso bloquea a destacados miembros de su partido en WhatsApp, y mientras juegan como el colegio, la presidenta de Madrid se dispone hacer cambios profundos en la Ley LGTB a petición de Vox y, con ellos y Ciudadanos, aprueban no aplicar en Madrid la Ley de Vivienda. Lo que impide acogerse a una serie de beneficios fiscales de los que podían beneficiarse los ciudadanos corrientes. Lo mismo harán otras comunidades gestionadas por el PP, como Andalucía o Murcia. Ayuso esprinta en sus objetivos ultraliberales, mermando sin freno los pilares básicos del Estado del Bienestar. La letra pequeña de los presupuestos de Madrid refleja menos inversión para Sanidad e impulso a la educación concertada .

Transitamos por el puente pues con movimientos que quieren volvernos atrás. Y como los españoles tenemos prohibido saber hechos sustanciales de nuestra historia por las leyes que custodian los secretos oficiales, llegan unas declaraciones de impacto y casi pasan desapercibidas. Son de Óscar Alzaga, antiguo líder de UCD. Publica libro (en Marcial Pons) sobre la Transición y cuenta cosas nada intrascendentes. Dice que lo hace por deber cívico antes de morir (va a cumplir los 80). Democristiano y en el eje de la disolución del partido que lideraba Adolfo Suárez, afirma que Juan Carlos I «sufragó nuestra campaña con dinero árabe«. Y que se financiaron así «porque resultaba imprescindible que ganara UCD para mantener la monarquía«. Habla pues de graves trampas de esta democracia desde el primer día. Hace apenas un mes, ABC ya destacaba en portada la supuesta confesión de Juan Carlos I diciendo que había recibido 36 millones de dólares de Arabia Saudí para  la Transición. Como un elogio. Un despropósito que hubiera llevado a una autarquía a financiar un régimen democrático dándole dinero a su rey. Demasiados silencios para tanta fundada sospecha. Ya se demora en exceso el abrir los cajones y que entre el aire de la verdad. 

Vayamos más allá a algunos orígenes. En Belchite, Zaragoza, han aparecido junto a la tapia del cementerio los restos de 150 víctimas de las 400 que se cree hay y que habrían sido fusiladas por la Falange nada más empezar la Guerra Civil. El túnel tiene ecos. Una de las canciones más emotivas de Joan Manuel Serrat habla de aquella Cançó de bressol que le cantaba su madre aragonesa, de Belchite. «Entonces ya me hablaba de mi abuelo que duerme en el fondo de un barranco«, decía, y de sus hermanos que mataron en la guerra. La canción de cuna evocando aquella pobre tierra que no había podido olvidar, como nadie que haya visto sus ruinas, el Belchite fantasma de la Guerra Civil, y más desde la proximidad del origen. «Hijos de un viento seco», como cantaba Serrat. El dolor que se extiende por generaciones ante tanta barbarie y que nos une por razones bien diversas en la distancia a muchas personas.

Hasta los abuelos de Serrat entraron en este puente-túnel de lluvia constante. Y los seres queridos que acabamos de perder. Por enfermedades que igual las políticas de la codicia no detectan a tiempo en los meses de pandemia y, con su excusa, de ahí en adelante. Este año, pues, costaba más el Halloween y pesaba doblemente la España profunda y sucia. La que nos topamos al salir del túnel, intacta con sus inevitables socavones, tan castradora, tan pesada. Y la idílica Transición que está en la misma carretera. Que ya el remate fuera, de ser cierto lo que dice Alzaga, unas primeras elecciones trucadas, explica tanto de este país que asusta. Dinero de donde sea para lograr el triunfo de un partido concreto. Pero aquí no hubo generosos próceres que cedieran el poder o fabricaran un reino a medida como en la Edad Media. Había presiones en España y fuera y muchas víctimas, pero lo cierto es que algo, mucho, se pudo.

Y al final del túnel, del puente, luz en el acuerdo para derogar la Reforma Laboral de Rajoy. Tras mareantes vueltas de noria, Pedro Sánchez y Nadia Calviño se comprometen, nos dicen, con Yolanda Díaz para que así sea. Como se acordó en la coalición. Como pide Bruselas y la lógica desde hace años para tratar de frenar la precariedad y la temporalidad, grandes lacras del mercado laboral español. Y lo demás es humo, del que nubla la visión. Se puede, si se quiere. Aunque cueste. Y, eso sí, cuesta tanto…

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