Formación continua universal y de por vida

Formación continua universal y de por vida

El pasado 14 de octubre, y en sede parlamentaria -la Asamblea de Madrid-, la locuaz Isabel Díaz Ayuso añadía una perla más a su ya poblado collar de pensamiento político: «No podemos regalarle a todo el mundo la educación porque no es sostenible el sistema», decía la presidenta del Gobierno autonómico del Madrid. Hasta quien la interpelaba por el asunto, su aliada Rocío Monasterio, portavoz de Vox, se debió de quedar sorprendida por la respuesta.

Sorprende que a estas alturas de debate público, de desarrollo político y de civilización haya que recordar que, en efecto, la educación ha de ser para todo el mundo, pues juega un papel esencial en las sociedades democráticas. Pocos factores contribuyen tanto a la cohesión social, la igualdad de oportunidades y la consolidación del «Estado social y democrático de Derecho» que proclama la Constitución como lo hace este. Los padres constitucionales lo tuvieron claro: «Todos tienen derecho a la educación», proclama el artículo 27 de la Carta Magna. Los políticos, y especialmente aquellos que desempeñan sus funciones en el ámbito autonómico, en el que radican las competencias en la materia, deberían poner un especial cuidado en que nuestro principal ascensor social no solo funcione a la perfección sino que además esté adaptándose a sus tiempos de manera continua.

Muchas generaciones de la historia de la humanidad se han creído únicas, singulares, protagonistas. Las nuestras, las actuales, tienen motivos sobrados para ello. Vivimos en medio de un periodo intensísimo de cambio tecnológico, equiparable o incluso superior al de otros anteriores en la historia de las civilizaciones. Un cambio tecnológico que nos trae un nuevo mundo económico, social, cultural y vital. O mejor, unos nuevos mundos, en plural, pues ni el de hoy es como el de ayer ni el de mañana será como el de hoy. En la revolución tecnológica no habrá una estación final donde el tren se detenga y la transformación social se frene. Más bien al contrarío: los avances tecnológicos se aceleran paulatinamente, y el cambio social también. El planeta gira tan deprisa que no hay otra manera de que las personas se adapten a los cambios y no sean expulsadas fuera de su propia cultura, a la nada, al vacío sideral, que el de implicarse todos, gobernantes y gobernados, en una formación continua permanente, en un continuo proceso de educación en sentido muy amplio. 

Hubo un tiempo para las pensiones para todos, otro para la sanidad universal, un tercero para la atención a la dependencia… Ahora probablemente ha llegado el tiempo de la formación continua para toda la población, de la adaptación permanente a un nuevo hábitat cambiante y volátil. No hay alternativa: o te aclimatas o te aclimueres. 

Un viejo chiste de consultores cuenta que el ceo de una compañía y el director de recursos humanos debatían sobre la necesidad o no de invertir una cantidad considerable de dinero en la recapacitación profesional de la plantilla, que se había quedado desfasada. 

-¿Y si nos gastamos esa millonada en ellos y después se nos van a la competencia? -argumentó el de recursos humanos.

-¿Y si no nos lo gastamos y se nos quedan? -replicó el ceo.

No era gasto, era inversión. La hicieron.

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