Vox, parque temático

Vox, parque temático

Un policía, una enfermera, un bombero y un obrero con casco son las sufridas víctimas que sostienen la base de una pirámide. El segundo piso lo ocupan un ecologista de coleta que besa una maceta, una feminista y un banquero de chistera que lleva puesta una camiseta con un puño cerrado, por lo que se deduce que es comunista. Los tres están rodeados de coronavirus. En el vértice, un sol coronado con la leyenda «Agenda 2030» y los 17 objetivos de desarrollo de la década descritos por la ONU. Esta composición, representación del ‘globalismo’, es la falla que Vox eligió para mandar a la hoguera como colofón a la primera jornada de Viva 21, festival que el partido ultraderechista organiza este fin de semana en el recinto ferial Ifema de Madrid. El primer día asistieron 15.000 personas, según la organización. La entrada era gratuita.

La ventaja que tiene el globalismo, una supuesta conspiración de intereses internacionales contra la nación y los valores tradicionales, es que sus límites y representantes son difusos. A Vox le sirve como contenedor de cuitas. Cuando no es el financiero George Soros, es Bill Gates, multimillonario fundador de Microsoft y diana habitual de las críticas de la extrema derecha por su insistencia en la bondad de las vacunas. También Pedro Sánchez, en un peldaño inferior, últimamente a cuenta de la gestión de la pandemia, y los medios de comunicación «lacayos», según convenga.

El evento, a caballo entre el parque temático y el festival folclórico, tuvo como segunda pata la exposición de la diversidad española a partir de las provincias, explicada a través de 52 casetas situadas en los laterales de las en torno a cuatro hectáreas del recinto. El partido verde no escatimó en gastos para la ambientación. Hasta nueve pantallas gigantes de alta definición, cuatro en cada lateral más la central del escenario, retransmitieron la alocución del líder, Santiago Abascal, que después de una mañana de abrazos y sonrisas entre militantes y simpatizantes, se arrancó por la tarde con un discurso que quizás no fuese estrictamente falangista o nacional católico, pero en el que arengó a favor de la «España irrevocable» de «destino irrenunciable» y loó al «imperio solar español, [que] era el imperio de los derechos humanos». El proceso colonizador fue, en ese sentido, «lo mejor que haya hecho ninguna nación en la historia de la humanidad». A los espectadores, «albaceas de una estirpe imperecedera», les reclamó, ‘a la Trump’: «Hagamos a nuestra patria grande otra vez».

Para entonces el fervor en Ifema ya era imparable. Las barras llevaban abiertas desde el mediodía y la cerveza –tres euros la caña, siete el litro– llevaba horas circulando. «¡Vivan los tercios!», «¡viva Santiago Matamoros!», se oía entre el público, de una edad media no especialmente baja, aunque jóvenes sí había, incluidos muchos niños, para quienes había dispuestas barracas de feria.

La mañana había transcurrido con relativa tranquilidad antes de la explosión de sentimiento español contra el «consenso progre». Las visitas por los puestos de las provincias, regentados por los líderes de las respectivas agrupaciones, se apuntaban en una ‘compostela’, a imitación del registro de paso que sellan los peregrinos a Santiago. Cada caseta repetía un esquema similar, con murales en los que se señalaban un par de especialidades gastronómicas y otras de carácter cultural o arquitectónico, un poco al tuntún. Por ejemplo, de Pontevedra se destacaban los mejillones y las ostras; de Murcia, los tubos el trasvase del Tajo al Segura, sin los cuales, rezaba la explicación, «todo sería una ruina». En Burgos se mencionaba a la catedral, pero también a Félix Rodríguez de la Fuente. Los nombres de las provincias estaban en castellano, pero en Barcelona se respetó la cedilla en la referencia a los calçots. 

El pasillo central albergaba a empresas afines. Había una de una nueva ONG ecologista. «Como Greenpeace, pero de derechas», explicaba uno de sus jóvenes patronos. También había una tienda de chocolates, una de figuras de madera zamoranas (reseñables las escopetas, aunque para el gatillo se había recurrido al plástico) y otra de ‘merchadising’ patriótico, con productos de oferta: «Camiseta Abascal kaki, 39 euros. Con la compra te regalamos una pulsera de la bandera de España». El Toro TV, cadena afín a Vox y sin hipotecas globalistas aparentes, también tuvo caseta propia, así como asociaciones contra la violencia doméstica (no de género porque también hay víctimas hombres, explicaba el folleto) y otras que aspiran a convertirse en laboratorio de ideas para Vox.

Tras el discurso de Abascal, las cámaras de producción grabaron a Macarena Olona bailando correctamente la Macarena, la canción de Los del Río, debajo del escenario. Una mujer seguía la secuencia por una de las pantallas. «Es grande, es inteligente, es buena ¡Lo tiene todo!», se extasiaba. Teresa y su marido, venidos de Albatera (Alicante) se quejaban de que se les había acabado la batería del teléfono grabando momentos inolvidables. Las demás figuras del partido –Iván Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio, Jorge Buxadé e Ignacio Garriga, entre otros– se daban paseos y atraían a grupos de simpatizantes.

Hubo desfile de gigantes y cabezudos, correfocs, mascletá, procesión de moros y cristianos, hasta un paso de Semana Santa, todo para dejar constancia de la riqueza cultural de la nación diversa, pero indivisible. Las actuaciones de danza y música y el circular de banderas provinciales por el escenario, portadas por jóvenes de camisa blanca a la manera olímpica, pudieron despertar en los más veteranos recuerdos de los Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange, también muy folclorista en su día. De maestros de ceremonias ejercieron la diputada malagueña Patricia Rueda y el senador Jacobo González-Robatto, este cerca del paroxismo conforme avanzaba la tarde. «‘Somos existencia! ¡Somos perpetuidad!», llegó a clamar, tras dar las gracias repetidamente a los «valientes» que se habían atrevido a ir.

La noche se cerró con la hoguera, precedida por 15 minutos de fuegos artificiales (con predominio del rojo y el amarillo) y las actuaciones del rockero Sherpa y los raperos Don Aitor y Norykko, que se quejaron de que por su ideología no tenían oportunidades en el circuito musical tradicional. A continuación, procedieron a cantar contra Pedro Sánchez con rima consonante: «Disidente: que le den al mamón de presidente». La mayoría de la gente bailaba, levantaba los brazos y coreaba. Otros se iban yendo ya, siempre pacíficamente.

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